El pasado 15 de abril, fuerzas militares del Ejército sudanés y de las Fuerzas de Apoyo Rápido -RSF, siglas en inglés-, fuerza paramilitar sudanesa que se creó para combatir a la insurgencia antigubernamental en el conflicto de Darfur de 2014, han iniciado un enfrentamiento armado cuya causa se circunscribe a sendos líderes militares, ávidos por hacerse con el poder y la riqueza del país. El conflicto entre ambas fuerzas se presenta como la antesala de una guerra civil en la República de Sudán –Sudán del Norte-, mientras la aparente lentitud en cómo gestionar el conflicto por parte de algunas potencias y organizaciones internacionales –OI,s- apunta a que podríamos asistir a un genocidio con tintes similares a los de la Ruanda de 1994, donde hutus y tutsis se masacraron mutuamente dejando una estela de cerca de 1 millón de muertos.
Burhan, General Jefe del Ejército Sudanés, y Hemedti, General Jefe de las RSF, se enfrentan sin reparar en el pueblo al que -teóricamente- sirven, sumiendo a este extenso país del África Oriental, repleto de recursos naturales, en un pozo de guerra y muerte.
Ambos líderes, en un pasado cercano, fueron aliados en su intento de golpe de estado –octubre de 2021- para desbaratar la transición democrática iniciada por los movimientos sociales de 2018 y 2019, y descomponer cualquier potencial escenario en el que los ciudadanos sudaneses pudieran decidir quiénes serían sus líderes políticos. Pero ninguno estaba dispuesto a perder privilegios; en la mente de ninguno de ellos existía la opción de ceder metros en la posición alcanzada; uno receloso del otro, y lo más importante: ninguno deseaba una transición democrática. Y el choque entre estos dos trenes de mercancías se veía venir. Esta vez el motivo ha sido la discrepancia sobre cómo integrar a las RSF en el Ejército de acuerdo con la sociedad civil prodemocrática, donde perdían poder. Daba igual el rastro de muerte; daba igual que el país, una vez más, se empezara a hundir en el fango, en la crisis económica, en la violencia social y en el aislamiento diplomático.
Como suele suceder en otras ocasiones y siguiendo la lógica del cinismo multinacional, Sudán vuelve a convertirse en un banco de pruebas, un “proxi” en el que potencias internacionales y estados regionales se posicionan –a modo de guerra fría- en aras de sus propios intereses: Egipto e Israel apoyando al Ejército sudanés, mientras que Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Rusia lo hacen con las RSF. A esto se añade el hecho de que Sudán, en estas condiciones de vulnerabilidad, se convierte en una sabrosa presa para el yihadismo islámico, que podría valorarlo como una excelente plataforma para establecer sus bases operativas próximas al Sahel.
Pero señores, ¿qué pasa con EE.UU, la UE y la ONU? EE.UU trata tímidamente de alcanzar frágiles treguas que no duran más de 48 horas; la lentitud de los resortes decisorios de la UE permiten que el conflicto siga su curso, y la ONU, siempre dispuesta, pero con pocos mecanismos más allá de las declaraciones del Consejo de Seguridad.
¿Va a volver el primer mundo a pasar de puntillas de igual manera a como lo hizo en el genocidio de Ruanda de 1994? Es posible. Y si no calculen el tiempo que los informativos le dedican a este problemón en uno de los países más extensos del corazón de África. Claro, se me olvidaba, sólo se trata de África.
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