La enfermera Eva Herrero García, arroyana, joven pero madura, ha rescatado de la muerte a un crío de tres años, un pequeño que no se quería ir, que no deseaba alejarse de sus padres, pero que irremediablemente ya estaba al otro lado del umbral.
La vida, su aceptación está dentro de su umbral, porque las llamadas etapas solo son umbrales, el paso a la vida, el tranco de entrada, el comienzo de vivir. Romeo estaba en eso.
José María Fernández Nieto, extraordinario poeta palentino, dibuja claramente lo que es el umbral en boca de un poeta:
«Entrad en la ciudad calladamente,
tocad su corazón tocando el mío
y veréis con qué pulso, con qué brío
late todo su ser, de puente a puente».
Eso es lo que ha hecho Eva con Romeo, ha tocado su corazón tocando el suyo, para hacer latir al pequeño con pulso y brío. Yo, que no soy especialmente religioso me conmuevo ante lo ocurrido y veo la mano del demiurgo extendida para abrazar.
Me decían que el chaval el día del premio concedido a Eva por el Ayuntamiento, andaba volando por el salón de plenos contento, exultante de alegría, dando saltos haciendo cabriolas como potrillo recién parido, preparándose para saborear el tiempo de helados, el de calboches para asar las castañas, para abrir los ojos ante el regalo de los reyes, o para jugar a hacer caminos de desagüe en los charcos, como si fuera un experimentado ingeniero de caminos.
Romeo ha adquirido un vínculo imborrable, el más fuerte, el del corazón con Eva, aunque aún hoy no se dé cuenta, es el vínculo con la luz, el sonido, la vida con quien no le dejó pasar esa línea fina del umbral a lo cruel, umbráculo sombrío.
Eva, tras los cristales de días lluviosos acuérdate del botar la pelota de la vida de Romeo, unión para toda la vida. Arroyo y Romeo con su familia te lo han agradecido.
Enhorabuena.