No creo que sea el único que, de vez en cuando, le da vueltas a eso de cuán diferentes somos los humanos a los animales y, en concreto, a los mamíferos. La verdad es que, anatómicamente, parece ser que no hay, para nada, grandes diferencias. El plan corporal de un animal, es decir, la disposición interna de sus tejidos, órganos y sistemas es, prácticamente, idéntico al nuestro. La simetría, el número de segmentos corporales y de extremidades que poseen, también es muy similar, sobre todo en los mamíferos. Tan solo alguna ramificación hacia nuestro cráneo, los glúteos o el tendón de Aquiles, nos diferencian de ellos en gran medida. Curiosamente, estamos mejor preparados que la mayoría de los animales para resistir en carreras de fondo, es decir, tenemos un alto grado de resistencia en el tiempo para no necesitar descansar. En parte, se debe también a nuestro inmejorable sistema de sudoración. La transpiración que somos capaces de generar es un mecanismo natural que, a través del sudor, consigue regular la temperatura corporal, ya que su evaporación desde la piel reduce la temperatura.
Fijaos cómo será, que se han hecho pruebas de velocidad con caballos en largas distancias y, a pesar, obviamente, de que el caballo empieza, rápidamente, a distanciarse del humano, a partir, aproximadamente del kilómetro 25, ya somos capaces de alcanzarle, debido a que el equino necesita, sí o sí, parar un buen rato para descansar. Y eso que, precisamente, los equinos son de los pocos animales que también producen sudoración. En realidad, todo esto tiene que ver con nuestra etapa primigenia como cazadores. Si no fuera por estas y otras cualidades no hubiéramos sido capaces de alimentarnos de la carne de aquellos veloces herbívoros que habitaban entonces por nuestro planeta.
Sea como sea, que de vez en cuando alguien nos insulte llamándonos animales, igual no es para tanto, je, je.
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