Mamá, Mamá, me he caído y me duele mucho, dijo la niña, entre suspiros y lágrimas.
No es nada, solo un rasguño, dijo la madre.
La niña sollozaba, hacía pucheros mientras se iba recuperando poco a poco, la madre se quedó pensativa y la niña continuó jugando.
La madre con sus años y vivencias se quedó como ensimismada en un pensamiento, pensó que su hija era muy pequeña todavía pero que le contaría en cuanto pudiera:
Que el cuerpo es la carcasa, hecho de carne, músculos, líquidos y órganos, resiste hasta extremos insospechados, es animal puro, instintivo, audaz, la selección natural le dotó magistralmente para la lucha en la jungla de la vida, si le pones a prueba te demostrará hasta donde puede llevar su única misión: la supervivencia.
Y le contaría que el cuerpo solo, moriría al enfrentarse a peligros desconocidos u otros contrincantes o amenazas.
Que el Corazón es motor, es ansia, es latido incesante y constante, se mueve a ritmo ancestral, con sonido de percusión, el corazón te lleva donde sea, resiste embestidas y golpes.
Pero que él solo moriría porque el cúmulo de envites recibidos, van mellando su anatomía y el poso del sufrimiento soportado le haría languidecer hasta su último aliento.
Que el alma es aire, es luz, el alma es el aire fresco de la mañana, es libre y no se encadena a nada, el alma sobrevuela por alegrías y derroteros, el alma es sanadora.
Que el alma acuna y cubre al corazón, le arropa como a un niño y le permite dormir en las noches de más dolor, el alma es madre, es consuelo.
Que el alma es lo que realmente somos y nos mantiene en pie, es el niño/a que ve la vida de forma sencilla, inocente, bondadosa… como tú.
Mamá, mamá, ¿en qué piensas? Dijo la niña al mismo tiempo que corría dando saltitos.
En cómo hacerte invencible e inmortal mi niña. Dijo la madre.