Gara amaba a Jonay, amor imposible, Gara era agua, Jonay fuego, fundieron sus cuerpos clavados en la misma lanza exaltando el amor, olvidando la vida.
Guayarmina, recoge un rayo de su madre, la luna, debe darse prisa, antes del anochecer debe estar en la cumbre más alta de su isla y llevar su ofrenda en honor del amor verdadero.
Ativa, lleva entre sus manos la luz del sol, su padre, y se encamina veloz a lo más alto de su isla.
Timanfaya, princesa, como las demás, ha recogido arena de su montaña sagrada y salta de roca en roca hacia la cumbre.
Yaiza, ágil, veloz, lleva como un tesoro el azul despejado del cielo de su isla.
Acerina, la más bonita, transporta el agua que dejan las nubes arrastradas por los vientos (alisios) a las montañas de su isla, agua pura, niña clara, vuela hacia la cúspide.
Arai, la más joven de las princesas, recoge espuma de mar de las playas de su isla, espuma que ruge como las olas que se estrellan contra los roquedos (Roques) que interrumpen el paso de las olas.
Yurena lleva lava, incandescente, roja, viva, entraña de su tierra, material firme del que nacen todas las islas, del que surge la vida.
Siete princesas, siete islas, honrando un amor imposible, agua y fuego, el cielo se torna oscuro, cada una lleva un elemento de la naturaleza, su pueblo vive integrado en ella, siguiendo sus ritmos, mirando las estrellas y las corrientes, siempre junto a su madre tierra, su protectora.
Las princesas cantan, cada una desde lo más alto de su isla, al principio su canto es dulce y suave y se va tornando más fuerte y rítmico y finalmente lo pueden oír todos los habitantes de sus territorios, ‘Magua’ (Madre) ‘Acorán Magec’ (Madre tierra) ‘tayri’ (amor) el viento lo transporta y lleva majestuosamente sobre las olas: ‘Magua, Acorán Magec, tayri… Garajonay’.
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