Feliz año nuevo a todos los lectores de este pequeño rinconcito desde el que comparto, con humildad, mis pequeñas marejadas mentales.
Espero que el inicio de este nuevo ciclo sea el comienzo del éxito de todos vuestros deseos o, por lo menos, suponga la continuación del cimentado del camino que os acerque cada día un poquito más a su consecución.
Sin duda, cuando llegan estas fechas, todos nos marcamos unas metas. Es como si, al terminar de comer las uvas, escucháramos el sonido de ese pistoletazo de salida que dan a los atletas en las pruebas de velocidad. Entonces, nosotros mismos, nos alentamos a luchar por conseguir esos objetivos con los que tantas veces soñamos. Así debe ser, según mi opinión, no debemos perder nunca la esperanza porque, como decía Audrey Hepburn: “quien no cree en los milagros, no es realista”. Por supuesto, apelando a la segunda definición de milagro de la RAE: “suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa”. Ella misma fue un buen ejemplo de tenacidad con su trabajo.
También creo que el efecto de la palabra «realismo», la mayoría de las veces, es más negativo que positivo, porque nos sabotea la capacidad de proponernos grandes retos y hacer un esfuerzo superior para lograrlos.
Sea como fuere, ¡adelante!, con fuerza y ánimo, con ilusión y perseverancia, con amor y honestidad. Que no nos frene ni la cuesta de enero ni este frío helador que tenemos en nuestra tierra que, si lo piensas bien, es solo el preludio de la templada y amable primavera. Ninguna flor tendría tan delicado color si enero y febrero no tiñeran de escarcha nuestros campos. Que no se nos olvide que la Naturaleza es, de largo, mucho más sabia que los seres humanos. ¡Felices propósitos, amigos!
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