Temprano voy a la Cafetería Migas de Arroyo. Encuentro a Carmen y desgranamos animada charla de recuerdos, mercancías repletos. Carmen es enfermera por estudios y modista por herencia. Pertenece a una saga de sastres que diseñaban y cosían trajes para el circo Price de Madrid.
A Carmen la disfrazó con cinco años de guardia civil su madre para unos carnavales, con correajes, traje y tricornio hecho a medida y desde entonces llevó cinco años consecutivos el premio al mejor disfraz de carnestolendas. Otro año la vistieron de monja de la Caridad, oculta por gran toca blanca.
Parte de la familia de Carmen trabajó en la moda de Circo, fabricando trajes de lentejuelas, abalorios y transparencias adquiridas en casa del judío Menkes, de Gran Vía para que los artistas insinuaran sin enseñar.
El Price llevaba el mejor elenco de artistas, como Pinito del Oro, la trapecista que en la cúpula del espectáculo evolucionaba en una silla apoyada con dos patas en la barra del trapecio. La única que se sostenía de cabeza en el columpio volante, equilibrándose con brazos y manos. El más difícil todavía. Los animales se suprimirían luego.
El circo pasó a ser cante andaluz, copla española. Recuerdo a Antonio Molina en “Soy minero”, Cocinero, cocinero y el adiós de España Querida, con voz aguda y temblorosa. Entonces un tío de Carmen también vinculado al circo, vendía cancioneros en descansos y al empezar la función con las letras de las coplas. La familia siguió haciendo trajes hasta que llegaron los Cornejo.
Posteriormente, Carmen fue a París. Hoy toma café conmigo para solicitarla el favor de arreglarme el bajo del pantalón recién comprado. No sé si podrá coser porque los recuerdos nublan los ojos.