Una caída de caballo me sacó de sitio un hombro y desde entonces he padecido molestias que con los cambios de tiempo y los años se han convertido en dolores. Me envían a la sala de rehabilitación del Centro de Salud, que respira calor y respeto.
Sergio, el rehabilitador, entre el electrodo y el calambre me cuenta de su afición a la fotografía y sus pasos profesionales por Palencia.
El padre de Sergio, Julio Trejo Beltrán es pintor, encuadrable en un principio creativo en el grupo de paisaje castellano realista de Simancas donde se unían por la temática Cuadrado Lomas, Gabino Gaona y Jacobo con el librero Pepe Relieve y los escritores Paco Pino y el albista Jorge Guillén.
Trejo en su evolución artística abrazó el abstracto, con una pintura arrastrada, que extendía la materia por arrastre, simplificando dibujo y color. Pintura más interesada en el gesto que en el resultado, como el arte gestual o la action painting de Rotko, Pollock o Kooning.
Aquellos buenos pintores de castilla eran muy interesantes, hablaban del hombre castellano sin representarle. El decir del silencio en el paisaje. Seguían a la escuela de Vallecas quienes iban a los cerros madrileños a expresar la tierra como Gregorio Prieto, Díaz Caneja, o Pedro Mozos que no hablaban del hombre, pero manifestaban un malestar social y político inmencionable.
En su donación a la biblioteca de Simancas, Cuadrado Lomas, expone textos y lecturas de su propiedad. Se ven sobre todo temas de filosofía y humanismo. La pintura decía, sin decir.
La sala de rehabilitación, como la Montaña Mágica de Thomas Mann, o el sanatorio de Kioto de Murakami, o el Pabellón de Reposo de Cela, es el elogio de la decadencia de la vejez, donde se piensa y tolera y recuerda la difamación del heroísmo militar. En todo caso un centro de introspección personal.
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