En estos días de verano en otoño, de mosquitos en octubre que están desconcertados porque no les tocaría ya estar entre nosotros, de aulas escolares repletas de estudiantes en pantalones cortos y camisetas de tirantes y de terrazas abarrotadas de sedientos clientes, seguimos escuchando voces que piensan que es una tontería esto del cambio de las temperaturas y que estamos sometidos a una dictadura climática promovida por intereses políticos que, la verdad, no entiendo cuál sería el beneficio que pudieran hallar en intentar concienciar a la sociedad de que esto no es normal y de que, probablemente, podamos buscarle una solución de forma globalizada. Supongo que vosotros, igual que yo, que ya llevamos unos añitos asentados en nuestro planeta, percibimos la anormalidad de los ciclos habituales del calor y el frío y, sobre todo, de lo extremo y continuado de ese sofocante calor que resulta, sinceramente, muy, muy agobiante.
La escasez de agua generalizada es un hecho, desgraciadamente, ya contrastado y que se está plasmando directamente en los precios de todos esos alimentos y derivados que, con generosidad infinita, siempre nos brinda nuestra tierra bendita. La fruta, la verdura, los cereales, las legumbres y qué decir de nuestro tesoro de aceite de oliva, empiezan a convertirse en productos selectos en nuestra lista de la compra. En fin, menos mal que ahora, que España, Marruecos y Portugal se van a convertir en sedes del Mundial de fútbol 2030, se está previendo, con temor, que, con esta escalada calórica, los cincuenta grados se pueden asentar con normalidad, ya ese año, en los campos de juego de los partidos de esta competición. Esto sí que asusta, esto sí que es un drama, esto sí que nos va a poner las pilas. Bueno, pues mira, igual así se piensa y se analiza, globalmente, cómo poner freno en lo que esté de nuestra mano que, me da a mí, es bastante, a este despropósito climático que tanto nos condiciona y que tanto implica para el futuro de nuestros hijos e hijas.
¡Contad conmigo!
UN BALÓN DE ESPERANZA
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