TERESA GARCÍA, MARI LUZ y EVELYN. Estanco La Flecha
Teresa García vino a vivir a La Flecha en los años 60. «Por entonces», recuerda, «éramos como una familia, había cuatro o cinco casas, y nos ayudábamos entre todos». Compró un terreno, construyó su casa, donde todavía se ubica el estanco, y se dedicó a repartir el pan por donde había más gente que era la zona de Monasterio, en los alrededores de lo que hoy es el hotel AC y entonces era una fábrica de harina. «Traían el pan de Simancas en un carro tirado por un burro y yo lo llevaba hasta la finca del Habanero y a la finca Aranzana».
Teresa habla de las calles que hoy son grandes avenidas como terrenos y fincas donde ella llevaba el pan. «Siempre me gustó lo del estanco y lo solicité, pero me lo denegaron porque no había suficientes habitantes. Seguí con la tienda, pero sin olvidarme del estanco y en 1968 me dieron la licencia y hasta ahora, gracias al trabajo de mi nuera, Mari Luz, que lo ha sabido mantener y ahora mi nieta Evelyn, que también va a seguir con el negocio». Mari Luz y Evelyn corroboran sus palabras. «Mi abuela es la emprendedora de la familia. Es la que ha tenido las ideas, la que compró los terrenos la que ha tirado del negocio cuando no había tantos habitantes», apunta su nieta Evelyn, que pronto se ocupará del estanco y se convertirá en la tercera generación de estanqueras de la Flecha.
Evelyn conoce el negocio desde pequeña, donde pasaba muchas tardes junto a su madre y aunque decidió llevar sus pasos hacia otro sector, tenía claro que si el negocio seguía funcionando se haría cargo de este, como ya se hizo cargo su madre con 23 años. «Cuando me casé me puse ayudar a mi suegra que tenía el supermercado y el estanco. Fue la época del crecimiento de La Flecha y tuve que echar muchas horas porque estaba sola. El negocio apenas daba para un sueldo». La Flecha ha crecido mucho. Su proximidad con Valladolid hizo que las fábricas se instalasen aquí y con ellas llegaban los obreros que iban andando al trabajo. Había bastantes fábricas, Helios, Cartisa, la fábrica de papel o la harinera. Por ello reconoce que, sin la ayuda de su madre, que ha criado a mi hija, y sus suegros no hubiese podido conciliar el trabajo con la casa. «Ahora hay guarderías y escuelas donde se puede dejar a los niños, pero en mi época no había nada de eso. Si no tenías familia era complicado que una mujer pudiese trabajar».
Mari Luz vivió los años de crecimiento y de consolidación del negocio, pero fue a base de pasar muchas horas por lo que a su hija prácticamente la crió su abuela. «Mi madre ha vivió los mejores años, con mucha clientela y bares a los que llevar el tabaco. Tenemos la suerte de que el negocio funciona y podemos permitirnos tener alguna empleada, por lo que yo puedo compaginar las horas de trabajo con el cuidado de mi hijo. Mi marido viaja mucho y aunque es verdad que el papee de la mujer ha evolucionado mucho hay que reconocer que todavía el peso de la casa y de los hijos lo lleva la mujer».