DOLORES ACEBES. Propietaria del Bar Arroyo
Loli Acebes, que a los 14 años ya trabajaba en la fábrica cercana de Helios, decidió a los 20 años, que seguiría con el negocio que su madre había llevado toda la vida, el mesón Arroyo, una especie de bodeguilla que surtía a los vecinos del pueblo, que entonces trabajaban en la vaquería y en la agricultura, principalmente. «Siempre me ha gustado la hostelería, por eso cuando me casé compramos esta casa y abajo pusimos el bar y arriba nuestro hogar», explica Loli. Al principio no daba comidas, pero en los años 90 con el boom de la construcción empezó con los menús para los trabajadores de la zona, que disfrutaban de la comida casera y de la buena mano de Loli en las cocinas. «He tenido una buena maestra. Mi madre cocinaba muy bien y la verdad de otra cosa no podré presumir, pero lo de buena cocinera nadie me lo discute y nunca quedo mal. Hago cocidos todos los sábados, pero puedo hacer por encargo lo que quieran, desde arroz con bogavante, lechazo, lo que sea y voy a quedar bien, asegura con orgullo».
Los inicios de este negocio familiar están ligados a la vaquería. En dos habitaciones contiguas se situaban el bar y la tienda de ultramarinos. Por allí correteaba Loli y ayudaba a su madre con los recados y atendiendo a la gente del pueblo. «Era la única tienda y bar cercano para las familias que vivían y trabajaban aquí». Sus hijos, Rebeca y Kiko, se han convertido en la tercera generación del bar Arroyo, y como ella también estuvieron desde pequeños junto a su madre en la cocina y en el bar. «Siempre estaban conmigo. Los he criado yo sola. Cocinaba con mis hijos al lado todo el tiempo. Ahora enseguida se pide la ayuda de los abuelos o se llevan a la guardería, pero entonces los criabas sola», explica. Y no se da mérito. «Era lo normal, una madre se ocupaba de la casa, cuidaba a los hijos, y si no quedaba otra que trabajar, pues se tiraba y ya está».
Loli tiene ganas de jubilarse. «Llevo de autónoma toda la vida y aunque me gusta mucho el negocio son muchos años trabajando. Espero poder jubilarme este año». Da el relevo a sus hijos que siguen llevando un negocio nacido en un pequeño pueblo de no más de 100 vecinos, gracias al esfuerzo y trabajo de dos mujeres luchadoras que decidieron emprender en los años 50 y llevar las riendas de su negocio en un mundo de hombres, sus principales clientes en aquella época, y continuar con sus guisos, que hoy disfrutan los nuevos vecinos, 60 años después.