La verdad es que, como ciudadanos de a pie, trabajadores, padres de familia y, sobre todo, gente de paz, estamos ya un poco hartos de tener que convivir a diario con la escucha recurrente de la palabra ‘guerra’.
Hace muchos años, mi abuelo e incluso mi padre, recordaban penurias, injusticias y hambrunas que sufrieron en sus carnes por la maldita Guerra Civil. Claro, cuando a un chaval de los 70 le hablan de estas situaciones, uno piensa que, afortunadamente, eso son cosas del pasado y que no se volverán a vivir. Se supone que vamos aprendiendo de nuestros errores y que, con el paso del tiempo, forjamos y construimos una sociedad más justa, pero, sobre todo, alejada de absurdos conflictos bélicos que solo infringen dolor y desesperación.
Cierto es, que de un tiempo a esta parte y, siendo conscientes de que en otras latitudes de nuestro planeta han seguido existiendo luchas encarnecidas, la palabra ‘guerra’ parece rodearnos y amenazarnos cada vez con más cercanía y envuelta, como siempre, en un halo de ambición, poder e injusticia.
Pues sí, ahora resulta que nos quieren convencer de que debemos proveernos de un ridículo kit de supervivencia, del tipo al que llevaríamos si nos fuéramos de acampada o algo así, para estar ‘preparados’. Pero ¿nos toman por idiotas o qué? Lo que quieren es gastarse un pastón en rearme global y meternos miedo para que estemos calladitos. Es una agresión vergonzante a nuestra inteligencia.
En fin, que, en estos últimos días, la palabra ‘guerra’ vuelve a golpearnos con fuerza, pero, en este caso, acompañada del adjetivo ‘comercial’.
¡Uy!, esto sí que asusta porque viene de la mano del juego y la gracia de un descerebrado al que le han regalado un Monopoly y, oye, a ver qué pasa.
Espero que la cordura gane el pulso a la locura y no paguemos, de nuevo, justos por pecadores o, mejor dicho, sensatos por majaderos.
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