Una tímida sonrisa y un largo pelo moreno escudan a Sandra Ortega, de diez años y residente en Arroyo de la Encomienda, de todo aquello que se interponga entre ella y la literatura. Su pasión por las letras le viene «desde bien pequeña», cuenta su madre, Mamen Toribio. «Siempre le ha encantado leer, huía de las pantallas y se metía en su mundo para crear historias que nos dejaban fascinados», recuerda. Y ahora, por fin, ha llegado el momento de que esos relatos vean la luz.
En pleno confinamiento, cuando Sandra tenía apenas siete años y el aburrimiento amenazaba con hacer los días largos en todos los hogares, ella veía documentales para evadirse de la realidad que el coronavirus protagonizaba. Los telediarios eran su fuente de información diaria mientras las tareas del colegio mandaban en sus jornadas. «El Día del Libro nos mandaron como deberes escribir un pequeño cuento sobre lo que nosotros quisiéramos. Al estar en esa situación de pandemia veía lo que ocurría en el mundo y me basé en lo que pasaba y en cómo solucionarlo para que todo terminase y la vida volviese a ser como antes», cuenta. Y surgió así la idea del cuento sobre el coronavirus. En su cuarto y centrada por completo en el relato, a Sandra se le pasaban las horas como si fueran minutos. Pero el día de entrega se acercaba y un sentimiento extraño invadía a la pequeña. Ella sentía que necesitaba más tiempo para desarrollar su idea hasta el final. «Le dijimos al profesor si podía escribir más y dijo que sin problema, que hasta donde ella quisiera podía seguir escribiendo», recuerda Mamen.
De mayor, profesora
Cuando finalizó el relato y sus familiares pudieron leerlo quedaron, una vez más, fascinados por la capacidad de redacción de la pequeña, pero hubo un detalle que llamó su atención por encima de los demás. «En una de las páginas, ella cuenta que la única solución a la pandemia sería una inyección a modo de vacuna, algo que en abril de 2020 era impensable porque la pandemia estaba empezando y desconocíamos la dimensión que iba a alcanzar», cuenta su madre. Pero Sandra lo tenía claro y así lo escribió y dibujó con tan solo siete años, dejándolo plasmado en el libro que ahora ha salido a la luz.
«Siento mucha emoción tras haber escrito este cuento y agradezco el apoyo que he tenido de la gente de mi alrededor. Tengo otros tres escritos que todavía no se han publicado, uno sobre el bullying, otro sobre la contaminación y otro sobre la amistad», cuenta sonrojada, a la vez que reconoce no saber cómo evolucionará su andadura como escritora pero sin mostrarse preocupada por su futuro porque «es solo una niña».
De la imaginación de Sandra todavía quedan muchas cosas por mostrar al mundo, pero su realidad es diferente y tiene claro a lo que quiere dedicarse cuando sea mayor. «Me gustaría ser profesora de Educación Especial porque tengo un primo con síndrome de Down y siempre me he sentido muy unida a él, siento mucha debilidad por él y creo que se me daría bien tratar y enseñar a niños con necesidades especiales», afirma.
En sus planes más inmediatos entra seguir escribiendo cuentos, pero también reconoce que le gustaría publicar los otros tres que ya tiene redactados, pero sin prisa. Su madre, en cambio, solo quiere «que disfrute de su infancia como ella desee, escribiendo, saltando o corriendo, pero que sea feliz porque es lo más importante».