«Enséñame a montar en bici», dijo el Ángel, «mis alas me hacen perder el equilibrio y no sé mantenerme recto».
Me gustaría montar como tú: rápida, valiente, decidida, con la cabeza alta y mirando al frente, visualizando el camino y midiendo tus fuerzas a cada momento.
«Andar en bici es como volar», dijo la niña, «sientes el aire en la cara, ves pasar miles de paisajes y a veces los pájaros van a tu lado y hasta puedes hablar con ellos».
Montar en bici te da libertad para ir de un sitio a otro, subes montañas y conoces pueblos, ciudades y gente.
«Enséñame a montar», dijo el Ángel, «e iremos juntos de nube en nube, jugaremos con el viento y las tormentas y reiremos todo el rato».
«Te enseñaré a montar», dijo la niña, «como me enseñaron a mí e iremos tan rápido que volaremos, pero te pediré tres cosas a cambio:
Quiero que el aire que levantemos con nuestras bicis se convierta en una suave brisa que calme los corazones de los que nos anhelan.
Quiero que los soles que visitemos se conviertan en dulces rayos que doren la piel de los que nos quieren.
Y te pido que nuestras risas y alegría se conviertan en paz y consuelo de los que nunca nos olvidan.»
El Ángel le dijo: «concedido y, además, cada vez que pedaleemos juntos, si tú quieres, si tú verdaderamente lo deseas, dibujaremos una estela en el cielo y escribirás una señal con el mensaje que quieras para que lo entiendan los cielos, para que se entienda en la tierra y cree tal surco que nunca se borre».
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