Últimamente y, debido a los sucesivos casos de corrupción a nivel político-administrativo, que salpican la escena cotidiana de gestión de recursos económicos en nuestro país, me pregunto si, realmente, será tan complicado resistir la tentación de “meter la mano” cuando tienes la llave del cajón. ¿Hasta qué punto sucumbir a esa posibilidad forma parte de la condición humana en sí misma? Da miedo pensar en que pueda ser algo irremediable. En que la naturaleza humana y no los valores adquiridos pueda ser la razón de cometer tales atropellos a la dignidad en una sociedad basada en la confianza de sus representantes.
“Los estudios consignan orígenes disímbolos, al grado que conducen a controvertir si se trata de un delito o de un rasgo inexorable, con un único común denominador: sus efectos recalan en el ámbito político-empresarial. Desconocer los determinantes de un fenómeno hace incierto su registro, medición y prevención, por lo cual la cuestión es: ¿Cómo determinar cuando el origen está en la filogenia humana o en el contexto social?”
Bueno, no sé, déjenme creer que las buenas personas, no sólo existen, sino que se forjan, día a día, a lo largo de su crecimiento, adquiriendo madurez, en el buen sentido de la palabra, gracias a la educación y al ejemplo de sus semejantes referentes. Así que, confío, como siempre, en que la transmisión de valores hacia nuestros hijos e hijas siga siendo la clave para construir un mundo más igualitario, más justo, más honesto. En todo caso, que el peso de la ley y la persecución de estos delitos no cesen en su empeño de erradicar esta indignante actitud. Los demás, nosotros, como ciudadanos de a pie, a lo nuestro, a cuidar el pequeño entorno humano que nos rodea porque, al final, una sociedad es la suma de todos esos círculos que tenemos a nuestro alrededor.
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