Son fechas de vuelta a casa, de calor familiar, de besos a los hermanos, de atención a los mayores, de cariñosas advertencias a los hijos, pero el contento de la Navidad no es igual para todos.
Ella, sin nombre, está durmiendo desde hace días junto a mi casa, en un pasadizo cubierto de la urbanización con doble salida una por cada calle, en caso de tener que huir.
Se apoya en el suelo, sobre un fino aislante de acampada y se cubre con un saco de dormir de campaña.
Come lo que los vecinos la llevamos y según la policía municipal devora lo que se la ofrece. La policía y los servicios sociales saben de su situación, pero ella permanece como si su propia persona no necesitase apoyos, como si sus días tuvieran todo cubierto.
Tiene 34 años. Para mí es una niña con una hija de 12 que se encuentra en una casa de acogida de Valladolid y a quien ve durante una hora los domingos, el tiempo de visita. Me ofrezco a llevarla hasta allí, a sus encuentros, para que no tenga que andar tanto, pero declina mi ofrecimiento con una tímida sonrisa. Y desisto. La decimos dónde vivimos y la pido que nos llame, a cualquier hora y en el momento en que nos necesite.
Nos preguntamos por sus miedos. ¿Por qué busca el pasadizo con fácil huida? ¿Por qué nos niega la ayuda que queremos prestarla? … Pero debemos respetar su silencio.
La Policía nos ha dicho que es víctima de la guerra de Ucrania y comprendemos su desgarro, el destrozo silencioso de la invasión. Todo podemos imaginarlo en la privacidad de nuestro pensamiento.
Yo solo pido un deseo al nuevo tiempo, que todos sin exclusión tengamos alegría, que seamos felices.
Días de Navidad
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