Nadie intuía que aquellas protestas antigubernamentales que se iniciaron en Siria en 2011 y que prácticamente todos los analistas interpretaban como un nuevo caso que se incardinaba en la primavera árabe, se convertirían en una de las guerras más cruentas y longevas del siglo XXI.
Aquellas protestas derivaron en enfrentamientos entre las fuerzas armadas del país, bajo mando del Presidente Bashar Al-Asad, y la denominada oposición siria.
La oposición siria la han integrado varios grupos, entre los que se encuentran el Consejo Nacional Sirio, que integra a los principales grupos de la oposición, las fuerzas kurdas en el Norte del país, buscado el control de determinadas zonas y grupos islamistas como Al-Nusra y Daesh (Estado Islámico).
Progresivamente, las grandes potencias se fueron posicionando en el juego: Estados Unidos comenzó a apoyar con armas, financiación y adiestramiento a los grupos rebeldes para derrocar a Bashar al-Asad; en 2015 Rusia entra en el teatro de operaciones apoyando al Presidente sirio y golpea duro a las fuerzas del Daesh. Otras potencias se decantan de uno y otro lado – Arabia Saudí, Turquía, Francia, Reino Unido y otros seis países siguen la huella de EE.UU apoyando a los grupos rebeldes, e Irán hace lo propio siguiendo la estela rusa-. Todo esto hace que el conflicto, a medida que pasan los años, se internacionalice, siendo denominada por algunos como guerra subsidiaria.
Israel, siguiendo sus propias decisiones, también decide llevar a cabo ataques esporádicos e intermitentes contra fuerzas sirias y milicias iraníes en el país, acusándolas de dar cobijo al grupo terrorista libanés Hezbollah.
La parte que apoya al presidente Al-Asad defiende que las manifestaciones y primeras revueltas armadas fueron organizadas y financiadas por Occidente (así como por algunos grupos yihadistas) para precipitar la caída del gobierno y controlar el país. Por otro lado, organizaciones internacionales y varios países occidentales han acusado al gobierno sirio de ser una cruel dictadura que ha violado los derechos humanos en numerosas ocasiones.
Tras trece años da la impresión de que el conflicto pudiera haber llegado a un punto muerto, pero nada más lejos de la realidad. Los combates continúan. Rusia, Irán y Hezbollah apoyando al régimen de Al-Asad, y EE.UU liderando la colación occidental y de algunos países del Golfo Pérsico que respalda a los rebeldes. Y en medio de ellos el Daesh, enemigo de todos, que se convierte en la figura incómoda que nadie quiere en su equipo. Al combatir al gobierno sirio, algún analista pudiera llegar a la conclusión de que EE.UU y su coalición apoyan al Daesh, pero esto no es un silogismo que funcione. Se trata de un grupo terrorista y ese es el motivo por el que EE.UU también bombardeó posiciones de estos en 2014, evitando cualquier malinterpretación estratégica.
Un tablero de ajedrez complicado cuya resolución es incierta, siendo lo más probable que Siria se convierta en un estado fallido, co-dependiente de los grandes gendarmes del planeta y buen banco de pruebas cara a futuros conflictos.
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