Es fascinante comprobar, a lo largo de la historia, la preciosa relación que hemos sido capaces de desarrollar y establecer con el apasionante reino animal. Así es como, desde tiempos inmemoriales, nos hemos sentido tan atraídos por estos maravillosos seres que, con esfuerzo y dedicación, hemos conseguido convivir, en el ámbito doméstico, con muchos de ellos.
Es evidente cuáles son los más comunes en esta comunión y con los que, la mayoría de nosotros, hemos tenido la suerte de compartir algún espacio y tiempo en nuestra siempre ajetreada vida. Sin embargo, de vez en cuando, nos sorprende descubrir el apego y la emoción que son capaces de generar algunas que otras especies no tan habituales en este ámbito.
Hoy, en concreto, me gustaría hablaros de “los Pochines”, que son un par de hámsteres rusos a los que cuidan, y viceversa, mis hijos. Pues sí, este par de seres sacan de ellos sus mejores sonrisas. Les acompañan y juegan cuando vuelven del cole corriendo contentos para verles, pero, sobre todo, es increíble comprobar cómo ejercen de terapia natural en los días en que mis peques se sienten más desconsolados, más tristes o tienen que pasar algunos días en casa encerrados por algún trancazo, tan típico de estas edades, y sienten como su dolor físico decrece cuando se acurrucan junto a ellos y los envuelven entre sus manos acariciando su delicado y suave pelaje.
Así son “los Pochines” con los que, desde este pequeño rincón, quiero simbolizar hoy la generosidad, el respeto, la educación, la convivencia, el amor… Valores que cada día nos regalan nuestras mascotas en cualquier lugar del mundo y de las que tantas cosas deberíamos extrapolar para que la humanidad, tan racional ella, tuviera algo más que ver con lo que nos transmiten siempre nuestros entrañables e inseparables amigos.
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