No sé si será por la edad o por la visión analítica que uno cree tener, pero, no puedo evitar echar un vistazo global a todo cuanto nos acontece y rodea con la intención de valorar el grado de superación y mejora que, según mi criterio, deberíamos ir sumando en positivo con el paso del tiempo.
¡Ay madre, qué desilusión! Ahora mismo nos encontramos dos guerras en activo muy cercanas, muy vergonzantes y con tintes genocidas que me producen un desasosiego y una impotencia y tristeza, de verdad, desoladoras. La gentrificación a la que, cada vez mas humanos nos vemos sometidos, supone una disonancia con la propia naturaleza que genera una pérdida de calidad de vida muy difícil de revertir. La locura descontrolada del equilibrio climatológico que estamos viviendo es absolutamente desconcertante. El imposible, ya, acceso a una vivienda digna para nuestros jóvenes, les impide iniciar una vida independiente y visualizar un futuro esperanzador. La carrera imparable y vertiginosa de la tecnología se nos lleva por delante, con atropellos indiscriminados a las humanidades, que, desde nuestra existencia, han sido la base de las emociones y sentimientos más profundos. Las políticas, carentes de ideología, se dedican al “y tú más, y tú padre, y tú abuelo, y tú pareja…” Me resulta descorazonador pensar, después de todo esto, que el horizonte que se dibuja es el de una sociedad distópica, donde el individualismo prime sobre la tribu; donde la virtualidad prime sobre la realidad; donde los números absorban a las letras o donde el corazón quede apresado en una jaula de metacrilato.
“El mundo del revés”. Así se titula el nuevo disco de Celtas Cortos y…no me extraña.
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