Relato corto
No puedo dejar de volver a reflexionar sobre el horror que tienen que estar viviendo nuestros conciudadanos ucranianos. Es increíble la capacidad humana para acostumbrarse a las malas noticias cuando éstas son continuadas en el tiempo. Parece que se nos olvida el sufrimiento diario a que son sometidas las personas que, muy a su pesar, tienen que permanecer en lugares donde la guerra es su día a día, donde las bombas aparecen de la nada y caen sobre sus casas, donde el olor a metralla y a fuego los acompaña en todos sus movimientos y donde el continuo ruido de los carros de combate no les permite escuchar el apacible sonido de la naturaleza. Pero así es. Nada ha cambiado en más de medio año que llevamos ya contemplando la barbarie más deleznable provocada por la ambición y la egolatría de un sistema gubernamental sin piedad. Tampoco hay que olvidar que decenas de conflictos bélicos siguen enquistados en nuestro planeta actualmente y que someten al ser humano a lo peor de lo peor.
Sinceramente, no me lo puedo ni imaginar. Nuestra vida es el bien más preciado del que disponemos, está claro, y cuando te das cuenta de que su valor depende de una estúpida lotería a la que te ves forzado a jugar, tienes que sentirte tan desesperado que no es de extrañar que lo primero que te salga es huir, huir lo más lejos posible para protegerte a ti y a tu familia, para intentar seguir teniendo derecho a vivir, a vivir en paz, a luchar por conseguir ser feliz, que tampoco es tarea fácil, sin que nadie te prive de ello por la fuerza.
No dejemos, por favor, de pensar cada día en la injusticia que siguen sufriendo tantos y tantos seres humanos, exactamente igualitos a nosotros, con sus hijos, con sus padres, con sus abuelos, con sus amigos, con sus trabajos, con sus aficiones… con su vida.