El bienmesabe no solo es el cazón en adobo, también son los pasteles de origen árabe, en definitiva, dulces.
En la calle por donde desagua la plaza mayor de la Flecha se venden por Bego y Beatriz, dos hermanas, dulces y pan con ancestro palentino. Así como el pan de Palencia venía de Grijota y Ampudia, el de Arroyo de Ciguñuela y Villanubla. Los hombres trabajaban en el obrador con los calores abrasadores de los leños de encina y las mujeres repartían y despachaban el pan, sin ojos, con mandiles impolutos y acabados en almidonadas puntillas.
Ya se dejó de tomar el pan para el chocolate frailero con bollo francés, de leche o de teta, en rebanadas y picatostes de un día para otro. Era el chocolate del piscolabis de Vezdemarbán, que se cortaba con cuchillo y una tacilla de dulce de almíbar previa para endulzar.
También se usaba para almuerzos el pan de polea, sin canterones, con hueco lateral como una garrucha o el de sobras para la olla o puchero de cocido; porque para la sopa de postores tiedrana, de costra con huevo duro, manteca y jamón, o la de ajo, se empleaba el pan sentado o pan de pobres. El pan rundía mucho, daba mucho de sí.
Se hacía en el día para que no se pusiera lludo o coscorudo, ni se agriara. Había gran cantidad de panes: lisos, de aceite, de anises, cofrades, de sello, y lechuguinos. A las panaderas sentadillas a mujeriegas en la plataforma del carro solo las decían piropos los de consumos en el fielato y si eran muy pícaras dejaban al consumero pellizcar un pezón de la barra.
Entre usted en El Rincón del Dulce, adquiera un orujo, abisinios, juanitas, miguelitos, o canutillos y lléveselo a casa. La ley prohíbe el consumo en el despacho de pan.
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